Poco antes de ir a Venezuela sabíamos que nuestra visita coincidiría con la fiesta de Los Diablos Danzantes, festividad religiosa de San Francisco de Yare en el Estado Miranda, que recientemente fue reconocida por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. En esta festividad se rinde devoción al Santísimo Sacramento cada día de Corpus Christi, que es el noveno jueves después del Jueves Santo. No obstante, desde días antes comienzan los cánticos, procesiones y el recital de décimas y salves hasta el atardecer. El día de Corpus Christi los promeseros vestidos de diablo, en rojo cerrado, realizan danzas camino a la iglesia, en las que escenifican la lucha entre diablos y custodios. Al final los diablos se rinden y arrodillan frente al Santísimo en señal de sumisión, para luego recorrer las calles del pueblo al ritmo de la caja, una especie de tambor típico de la zona de Yare. Estas fiestas se vienen celebrando desde finales del siglo XVIII.
Caracas, la capital de Venezuela, está a solo 78 kilómetros de San Francisco de Yare, así que, teníamos la oportunidad perfecta para ver la festividad, además de pasar el examen al mecánico que nos estaba reparando el Mazda, en el que, personalmente, no confiaba mucho.
La información acerca de los eventos populares en Venezuela no es muy abundante, como en casi todo lo que visitamos, mucha propaganda, poco contenido. La publicidad habla de la inclusión de las fiestas como Patrimonio de la Humanidad, pero no hay más información, así que, armados de datos suministrados por algunos amigos, nos trazamos la ruta a Yare.
Justo antes de iniciar nuestro trayecto, nos enteramos que el Mazda no estaría listo para el jueves por la mañana de Corpus Christi, definitivamente no confiaba en el mecánico que me habían recomendado y me lamenté el perdernos la fiesta. Pero, como a la gente de Yare (y de Venezuela en general) le gustan las celebraciones, los Diablos estarían hasta el domingo después del jueves de Corpus Christi y nosotros podíamos llegar a tiempo para disfrutarlos
Para llegar a Yare se utiliza la Autopista Regional del Centro, una de las 2 únicas salidas que tiene Caracas. Es una buena vía construida hace unos 40 años. Luego hay que desviarse hacia los Valles del Tuy, por la Autopista Charallave, de construcción más reciente. En el pueblo de Santa Teresa del Tuy, termina la autopista, que se convierte en una avenida intercomunal surcada por casas minúsculas construidas por el Estado, forradas de propaganda política. La avenida pronto se convierte en una antigua carretera con un pésimo pavimento, además de sorpresivos, mimetizados, no señalizados y desagradables policías acostados (el curioso nombre local a los reductores de velocidad) que pueden hacerte pegar la cabeza al techo.
A pesar de que la mayor parte del camino se hace por autopista, el recorrido se hace en poco más de una hora por el lastimoso estado de las vías. Llegamos a San Francisco de Yare casi sin darnos cuenta, pues no hay señalización de bienvenida que lo indique. Justo antes de salir del pueblo, nos percatamos que estábamos en él. Regresamos al centro, estacionamos junto a la Plaza Bolívar y no vimos rastro de festividad alguna. El fuerte sol obligaba a la gente a estar a la sombra. Decididos a curiosear, recorrimos la plaza, que, como casi todas las plazas Bolívar del país, están rodeadas de casitas coloniales y en uno de sus lados, la iglesia, que en este caso tenía un color amarillo mostaza que bautizamos como color “disgustable” para iglesias. La puerta estaba cerrada.
Recorrimos, también, varias calles del pueblo a 38ºC bajo un cielo despejado y un sol inclemente; afortunadamente, la humedad era baja, de lo contrario el vapor hubiese despertado las ganas de abandonar, eso sumado a que los diablos no se veían por ningún lado. A un par de manzanas de la plaza nos encontramos con una casa-taller de máscaras, de las que usan los diablos en la danza. Entramos y aprovechamos de caerle a preguntas al artesano, quién en ese momento tenía en serie varias máscaras listas para pintar. Nos dijo que están elaboradas de papel con el conocimiento heredado por generaciones desde finales del siglo XVIII. También nos comentó que ese día los diablos no danzaban, estaban recuperando fuerzas para el día siguiente. Esa noticia me cayó como un balde de agua fría, aunque con el sol y temperatura de Yare más bien debería ser un balde de arena… Pensé: ¡Hicimos el viaje en vano!. Sin dejarnos amilanar, pedimos permiso para fotografiar el taller, que sería lo único en relación a los diablos que veríamos ese día.
Regresando a la plaza, entramos a la Casa de la Cultura, que no recomendamos visitar a menos que se desee una inmersión en propaganda política; también el mini Museo de los Diablos donde tienen una pequeña exposición de máscaras de diversos años. Terminamos en el centro comercial frente a la plaza matando el calor con un par de maltas bien frías y dos empanadas de “Carne mechada” para saciar el hambre. Allí, Sam y yo deliberamos qué hacer y decidimos regresar al día siguiente, 78 Kilómetros no son gran impedimento para perderse una fiesta.
La mañana siguiente, tras unas cachapas con queso de mano de desayuno, regresamos a Yare. Esta vez parecía no haber rastro de los diablos. Desde la Plaza Bolívar preguntamos a la gente, y nos dijeron que debíamos llegar hasta La Pica.
–Tienes que seguir pa’bajo
Ante el panorama, decidimos volver al Mazda. La Pica estaba en las afueras del pueblo y caminar hasta allá no nos animó debido al sol y el calor. Nos dispusimos a seguir a la gente, vestida de diablo. Unos iban en autobús y otros más valientes caminaban. Nos acercamos para preguntar sobre como llegar a La Pica a uno de los valientes, un hombre con la piel curtida por el sol y unos 60 años.
–¿Qué es lo que tu buscas, mijo?, ¿los diablos? –Si –Tienes que seguir por esa calle pa’baaaaaaaaajo hasta el final –¡Gracias, maestro!– , le respondí feliz y nos fuimos pa’baaaajo hasta el final.
Rodamos en la dirección indicada durante algunos 10 minutos, nos salimos del pueblo. Un Chevrolet Impala de unos 40 años destartalado y con un cartel de Taxi bloqueaba el camino. Aprovechamos la oportunidad de preguntarle, una vez más, sobre cómo llegar hasta La Pica. El taxista, interrumpió la charla amistosa que tenía con otras personas y nos hizo señas de que lo siguiéramos, que él nos guiaba hasta la entrada del sector de La Pica. Parecía que por fin podríamos llegar hasta los diablos.
Nos guió durante unos 10 minutos hasta la entrada de una carretera de tierra, nos aseguró que si seguíamos esa vía, veríamos a los diablos. Con toda confianza, seguimos el camino, y luego de 6km y de pasar algunas casas y niños emocionados con el Mazda, vimos un tumulto en la última casa de la carretera. Cientos de personas, vestidas de rojo, armados con maracas, tambores y máscaras, bailaban frente a la puerta de la casa junto a un pequeño altar con una Virgen cuidadosamente adornada y alumbrada con velas ¡Habíamos encontrado a Los Diablos!. Los tambores y maracas marcaban el ritmo, los diablos bailaban con la máscara colgando de la cabeza y rozando el suelo, sumisos a la virgen. De repente hubo silencio, los diablos se arrodillaron frente a la virgen, hasta dar el siguiente repique de maraca. Nos dejamos contagiar por el ritmo.
Los diablos empezaron a ir en procesión por todos los altares en cada una de las casas en la carretera. Seguimos con ritmo cada uno de los bailes. Las familias despedían con bebidas frías, y en algunos sitios con comida. En una de las casas recibimos cada uno un gran vaso de Papelón con Limón bien frío (agua de melaza de caña de azúcar con limón), una deliciosa bebida con la que se mitiga el calor en Venezuela.
Luego de recorrer varias casas, nos tocó esperar a que la procesión avanzara. El ritual se repetía una y otra vez y había que ir más cerca del pueblo; aprovechamos para descansar junto al Mazda, que estaba inmóvil por la multitud. Dos diablos se quitaron las máscaras junto a nosotros e intercambiamos algunas palabras. A modo de broma uno de ellos me reclamó:
–Venias pa’cá y no me quisiste traer– Lo reconocí, era el mismo que me había indicado la dirección en el pueblo –Pero es que no cabes, el carro tiene sólo 2 asientos, ¿Querías venir en las piernas? –No, mijo, atrás en el maletero –La próxima vez te llevo
Nos reímos por un rato, compartimos más papelón con limón y enseguida ellos se fueron con su danza. La fiesta termina con las últimas luces de la tarde, cuando los diablos llegan al pueblo; y estén donde estén, las campanas de la iglesia marcan el fin del mal y el triunfo del reino de Dios con la sumisión de los diablos. A partir de ese momento, la fiesta cambia de tónica y corren, de mano en mano, el ron y la cerveza.
Nuestra inseguridad sobre si el Mazda regresaría a Caracas nos hizo volver antes de la caída del sol; los casi 40ºC se hacían sentir en el coche. Aprovechamos el lento paso de los diablos camino al pueblo para apagar el motor a ratos, a la vez que seguíamos charlando con la gente y los niños, quienes morían de ganas de subirse al biplaza.
El regreso a Caracas lo hicimos en un solo tramo sin descanso, pero justo llegando a la ciudad, un fuerte congestionamiento nos condujo a buscar los caminos verdes (cualquier vía alterna dentro de la ciudad de un punto a otro); el recalentamiento del motor nos obligó a detenernos y esperar a que el motor se enfriara e inspeccionarlo. El electroventilador había soltado su aspa. Luego de meditar la solución, y de comernos un buen helado, terminé sacando un tornillo de una de las luces traseras para sostener el aspa. Como en Yare, el bien terminó triunfando y los diablos de la mecánica se fueron danzando.
Para saber más
Unesco y el reconocimiento como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad
Historia de los Valles del Tuy Por C. Baute
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