Pasábamos unos días en Newton Abbot, en la casa de unos buenos y viejos amigos cuando decidimos que, ya que estábamos al sur de Inglaterra, sería interesante visitar algunos de los lugares icónicos de la leyenda del Rey Arturo. Muy cerca de la región de Devon, en la ruta a Cornwall, en la Costa Atlántica, se ubica Tintagel, el lugar en el que todo comenzó. Esa sería nuestra primera parada en pos de la leyenda de Arturo.
El Yaris estaba listo y nos marchamos rumbo al Noroeste. El mes de abril había comenzado casi dos semanas antes aún así el tiempo era impredecible, como siempre en Inglaterra. Los campos de colza, a la salida de Newton Abbot, brillaban bajo el sol con un amarillo intenso.
El Country side inglés en días soleados, brinda estampas hermosas que pocas veces se pueden apreciar, pues uno siempre está pendiente del camino, la lluvia y de no cometer errores conduciendo, en especial los que venimos del otro lado del canal de la Mancha.
Los campos de colza quedaron atrás. Cuando salimos de la autopista para tomar caminos secundarios, el paisaje cambió abruptamente. Los campos se presentan perfectamente cercados con anchos muros de piedra, casi siempre están cubiertos por un manto de pasto y hasta muchas veces de árboles.
Seguimos nuestro recorrido a través de vías muy angostas, de doble sentido, en las que el límite de velocidad es de 96 kilómetros (60 millas) por hora, una de las cosas inexplicables que encontramos mientras viajábamos por el Reino Unido. Claramente es una manera de que el sentido que reine al conducir sea el común.
Este tipo de camino angosto, es lo que predomina en la ruta hacia Tintagel. En algún momento decidimos parar para explorar los muros y el paisaje que se ocultaba tras ellos, pues en algunas entradas a fincas se podía apreciar la belleza de la zona. Encaramados en una cerca de unos 3 metros de ancho, pudimos apreciar las pocas casas, muy distantes entre sí, blancas y hermosas que dejaban sentir un agradable olor a leña en el fuego
La música fluía agradable de la radio y a ratos cada detalle del camino era motivo de conversación. Sam, alegre jugueteaba con la cámara. Poco más de una hora después, cuando la carretera empezaba a hacerse monótona, apareció allí, justo en frente, majestuoso y azul, el Atlántico indicándonos la cercanía de nuestro destino.
Emocionados, vimos una construcción que parecía ser el castillo, pero no, se trataba unas ruinas que están mucho antes de llegar al pueblo.
La entrada a Tintagel fué inolvidable, en un momento de descuido circulamos por la derecha, es decir a la inversa en Inglaterra, y una señora se detuvo en frente gritando algo, muy enojada y con sus dedos índice y medio apuntando al cielo. Más tarde supe que es lo mismo que nosotros hacemos con el dedo medio cuando un hijo de la Gran Bretaña se nos atraviesa de frente en una avenida.
En la calle principal, de casitas blancas y bien arregladas de Tintagel, una gran piedra indicaba que habíamos llegado al lugar del nacimiento del mítico rey Arturo Pendragon, el que reinó en una época incierta, luego de sacar la espada de la piedra; así que fue el mejor momento para buscar el castillo en el que Merlín, el mago, hechizó a Igraine para que bajo engaño fuese a la cama con Uther Pendragon y de esta unión naciera el futuro Rey Arturo.
Dimos varias vueltas antes de decidir donde dejar el Yaris. En Reino Unido es bastante difícil encontrar un lugar gratuito donde aparcar, uno puede ir al punto más recóndito y siempre encontrar un parquímetro. Llegamos al final del pueblo y encontramos unos terrenos vacíos en cuyo fondo se ubicaba un gran edificio al borde del acantilado. Se trata de un Hotel, de unas siete u ocho plantas,construido en 1920, pasamos por su lado para darnos cuenta de que ahí el camino se convertía en una bajada empinada solo apta para rústicos, por lo que tuvimos que regresar.
Luego de un par de vueltas por el pueblo, encontramos un terreno convertido en estacionamiento en el que cobraban tres libras por aparcar todo el día. El sitio perfecto.
Tintagel es una aldea pequeña (1820 personas según el censo de 2001), el pueblo se recorre en un par de horas, casi en el medio hay una casona en piedra de paredes torcidas por los años construida en el siglo XIV: “Tintagel Old Post Office” su nombre se debe al uso que se le dio en la época victoriana. Fue adquirida por National Trust en 1903.
No hay muchos rastros del Castillo en el pueblo, pero sí montones de tiendas de souvenirs para quienes llegan siguiendo la ruta de la leyenda artúrica, turistas comunes, y otros iluminados que recorren Inglaterra buscando conexiones místicas entre las leyendas y la historia.
Caminamos hacia donde se extendía la última calle del pueblo, en dirección al gran hotel que vimos antes, pues en la bajada al acantilado en el que se ubica, se encuentran las señales que indican la dirección hacia el castillo de Tintagel.
Un viejo Land Rover se encarga de llevar, por unas pocas libras, a quienes no se animan a caminar, nosotros decidimos emprender la marcha a pie cuesta abajo.
Al final, casi en la orilla y sobre una gran piedra está la tienda de souvenirs del English Heritage, que se encarga de administrar el lugar y, naturalmente, cobrar la entrada.
Pasando la caseta del English Heritage nos encontramos, por un lado, con unas largas escaleras que van hacia lo alto de la montaña, bordeando el acantilado, hasta las ruinas del castillo, por otro, unas piedras a modo de escaleras que conducen a unas cuevas, en la parte baja del acantilado, que para el momento de nuestra llegada estaban anegadas por la marea.
Hay varias versiones de la leyenda de Arturo, una de ellas cuenta que fue engendrado en el castillo para nacer luego en un bosque cercano y que su primer encuentro con Merlín, fue en esas cuevas.
Decidimos subir primero hacia el castillo, las escaleras eran bastante empinadas, más que una montaña se trata de un gran peñasco con un pasamanos hecho con tubos y madera, es como escalar una pared. En el trayecto se respira cierto suspenso, pues no se sabe lo que se puede encontrar arriba. Una familia subía delante de nosotros, llevaban a un par de niños y se detenían cada 10 metros, miraban atrás, pero la escalera es angosta y fue imposible pasarlos, más aún cuando por el poco espacio que quedaba venía bajando una manada de franceses.
Casi llegando a la cima, en un pequeño claro, nos detuvimos. Abajo, al final del precipicio, el agua muy cristalina dejaba ver las piedras del fondo. Por fin podíamos ver la entrada; el último escalón está coronado con el marco de una puerta con quicio desde el cual se puede ver todo el camino recorrido además de un paisaje irrepetible. Se nos hacía difícil apreciar todo porque había unas 20 personas merodeando por el lugar, en el mismo plan que nosotros, pero no se detenían a mirar mucho. Luego de atravesar ese portal, las antiguas ruinas están identificadas con breves carteles muy discretos que identifican lo que en algún momento fueron partes del castillo-fortaleza durante las diferentes épocas de su historia.
Las ruinas ocupan una pequeña cordillera de pocos miles de metros cuadrados, comunicados por interminables escaleras de piedra adornados por paisajes espectaculares. Si en ruinas el castillo es espléndido, no puedo imaginar como sería cuando estaba en pie y operativo.
Mi asombro y babeo por la magia del lugar se interrumpió cuando cielo comenzó a encapotarse y ante la inminente lluvia sabiamente comenzamos a buscar refugio. Un grupo de turistas, de los que viajan en manadas, y que aparentemente llegó antes, comenzó a regresar por las escaleras; nosotros, por nuestra parte, encontramos hacia el oeste de la montaña una saliente de piedra bajo la cual nos refugiamos. Hacía frío, la lluvia nos tenía rodeados, pero por fortuna estábamos secos y a buen resguardo, siempre que el viento no soplara.
La primera hora, muertos de aburrimiento, nos dedicamos a intentar captar la lluvia con la cámara, siempre con el mismo cuadro de fondo, el hotel que habíamos visto al principio al borde del acantilado y el aguacero que prometía no terminar durante un buen rato.
Del otro lado, al oeste, ya ni siquiera las gaviotas que habíamos visto antes se posaban en las piedras. Los turistas brillaban por su ausencia y lo que nos quedó por hacer fue intentar juegos en la arena con un palito. El viento dejó de soplar, ya no era una amenaza. Para matar el tedio mientras nos guarecíamos, me senté y me puse a tratar de detallar todo, a mirar las piedras buscando indicios de tallas, grabados, cualquier cosa que indicara que alguien estuvo muchos siglos antes en ese lugar, y así ponerle pimienta al momento.
Justo detrás de nosotros, en una pequeña grieta, había una cajita de plástico de esas en las que se almacenan alimentos y que tenía por fuera una especie de cinta adhesiva verde a modo de decoración.
Mi curiosidad, era más fuerte que cualquier advertencia que pudiera imaginar, ¿Basura?, ¿Un tesoro?, ¿algún tipo de embrujo supersticioso?. Sam, emocionada y curiosa, me apuraba para que sacara la caja de la grieta y yo, precavido lo hice con cuidado, la abrí; dentro había una bolsa que protegía una segunda cajita cuyo contenido era una pequeña libreta y un sello cuidadosamente envuelto en un fieltro Rojo. La curiosidad, mi imaginación y el aburrimiento me llevó a pensar en absurdos: brujeria, magia.
Nos apresuramos a leer la libreta, nuestro pequeño hallazgo se trataba de un punto de registro para cazadores de tesoros de una web que se llama Atlas Quest. Ellos publican en su página la ubicación de sus cajas repartidas en diferentes lugares del mundo, gracias a viajeros como nosotros que las colocan, registran o simplemente dejan una dedicatoria, y los cazatesoros estampan el sello artesanal, en una especie de “pasaporte” que llevan consigo, cuando las encuentran y también dejan su nota escrita. Es una hermosa práctica a la que se dedica gente de todas partes del mundo.
Hicimos una pequeña dedicatoria que a pesar de ser muy corta tardamos un buen rato en redactar. Cualquier idea sonaba tonta ante tan romántico tesoro; escribimos, fotografiamos para la posteridad y pusimos todo nuevamente todo en su sitio.
El romanticismo de este pequeño acto nos ayudó a disfrutar de la última media hora del aguacero. Entre barro y humedad terminamos de recorrer esa parte de las ruinas en una atmósfera mágica creada por la lluvia y el contacto con otros viajeros desconocidos que habían dejado ese regalo entre las piedras.
Aparentemente en una época posterior a su construcción esa parte del castillo fué utilizada a modo defensivo (Militarmente hablando). Aprovechamos que ya los turistas habían huido, espantados por la lluvia, para poder tomar fotos del marco de la puerta que brindaba a través de sí la más bella estampa de los acantilados.
Bajamos de nuevo por las escaleras hacia la montaña que estaba más cerca de la costa, en la que en otra época, existieron habitaciones del palacio.
Terminado el recorrido por los aposentos, de los que sólo quedan piedras y vistas, comenzamos a regresar hacia la caseta de la entrada. Fue cuando nos dimos cuenta de la cantidad de escaleras que subimos al llegar.
El paisaje nos embobaba con su belleza, al punto que había que parar, pues es una perfecta distracción, cosa peligrosa cuando se bajan unas escaleras como esas.
Llegando a la caseta nos percatamos de que la marea había bajado y que las cuevas ya no estaban anegadas. Recordamos lo que cuenta la leyenda sobre el primer encuentro de Merlín con Arturo. También menciona que fué allí en donde Merlín hizo el hechizo con el cual Uther Pendragon engañó a Igraine, para pasar la noche con ella. ¿Hay alguna razón, aparte de la marea, que nos impida explorar la mítica cueva?. En función a la respuesta, decidimos explorarlas.
Una de las cuevas atraviesa una pequeña montaña y tras ésta hay dos grutas más. Es un paisaje hermoso, forjado por el agua y su fuerza al chocar contra la roca.
Caminamos hasta las otras 2 cuevas. Al pasar a través de la primera, un par de cascadas, tal vez de lluvia que llegaban al mar, nos dieron la bienvenida a una pequeña bahía; muy pocos de los visitantes se atrevían a bajar hasta allí.
Descansamos sentados sobre una piedra en la segunda cueva y desde allí podíamos divisar la que estaba más cerca de la entrada. Comenzó a llover de nuevo, esta vez una garúa, la marea estaba subiendo de nuevo y decidimos regresar, las piedras por las que habíamos entrado se volvieron resbalosas, y observamos como algunas de las zonas por las que antes pasamos ya estaban anegadas. Aunque llovía y la marea subía el agua se mantenía cristalina. Luego de un poco de nervio, unos cuantos resbalones y ante el temor de quedar aislados y empapados, casi corrimos a la caseta del English Heritage. Otra vez tomamos la decisión correcta: regresar en el momento adecuado; el mar volvió a bloquear la entrada a las cuevas en pocos minutos.
Nos fuimos de Tintagel queriendo continuar con la ruta artúrica, leyendo y conociendo algunos de los rincones que construyen los mitos de esa isla mágica. Otros destinos nos esperan: Glastonbury, Gales, y muchos otros. Si el Rey Arturo realmente existió, no lo sabemos, pero la literatura y la existencia de los lugares mágicos que dan el toque de realismo a la leyenda, perdurarán.
Si alguna vez quien lee estas líneas ha visto las historietas del Príncipe Valiente, dibujadas por el canadiense Hal Foster (1892-1982), podrá darse cuenta de que esos paisajes existen. Cuando uno recorre las playas junto al castillo, se puede ver el trazo del dibujo con todo su color.
Este es el viaje que hicieron en compañía del amigo Julio y su familia, ¿ o sólo ustedes?. Me alegran éstos recorridos, y celebro infinitamente que los disfrutas, esas son las mejores experiencias que la vida puede brindar. Los campos sembrados de colza son hermosos, ¿Que se obtiene de esta planta? La vía de Cornualles tiene bellas tonalidades, ya imagino como será recorrerla, también el paisaje de Country Sade con ésos árboles que aún secos son hermosos, y que decirte de la casa Tintagel old post office?, el techo parece también de piedra. Y definitivamente la vista desde la puerta del castillo, fabulosa. Y por último cuidado con las sorpresas, no olvides que la curiosidad mató al gato.
La Colza, es utilizada para fabricar aceite vegetal comestible y se procesa tambien como alimento para animales y para la generación de combustibles como el biodiesel. En el norte de Europa también se usa como condimento y en algunos casos su fibra se agrega en algunos cereales.
Tintagel Old Post Office, tiene un techo de tejas, pero se ve asi por la manera en que está construido y por el paso del tiempo.
A nosotros nos alegra muchísimo tenerte como lectora y es una felicidad el saber que cada recorrido que contamos aquí lo disfrutes. La intención es que con cada historia hagamos viajar a los que nos visitan. Saber que gustamos es un estímulo para viajar y escribir. Una vez más, gracias
Excelente!!!
🙂
¡Qué buena la ruta y el descubrimiento de esa caja misteriosa! 🙂 Parece que en España no es una ruta muy conocida, ¿no? Al leer vuestra aventura, nos hemos acordado de la novela La última legión, de Valerio Massimo Manfredi, que tiene unos guiños bastante curiosos al origen de la leyenda artúrica 🙂
¡Muchas Gracias! nos gusta buscar rutas históricas cuando viajamos, especialmente las que están en relación con algún mito porque nos parece aún más mágicas de lo que son.
Vamos a tener que leernos el libro 😉
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